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Cuento de Eutiquio Leal

(Primer premio en el concurso del festival de Arte de Cali, 1968)

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SITIO CON INTENCION DE DAR A CONOCER LA VIDA Y OBRA DEL PROFESOR EUTIQUIO LEAL


sábado, marzo 09, 2013

Entrevista de Mariela Zuluaga con Jaime Mejía Duque

La basura se deja para la novela


Entrevista Por: Mariela Zuluaga García,
publicada en la revista "Gato encerrado" No. 3 - julio agosto de 1980
(Dirección: Eutiquio Leal - Fernando Soto Aparicio - Jorge Eliecer Pardo)





Agresivo y pendenciero como un gallo fino, Jaime Mejía Duque ha dado bastante qué hablar desde que está metido en el oficio de crítico literario (y tal vez desde antes). Algunos se refieren a él despectivamente considerándolo engreído, unos pocos le temen y un buen número lo respeta y quiere. Pero todos juntos no saben de Jaime lo suficiente como para hilvanar su historia. Una historia que "refleja las peripecias de la descomposición del viejo régimen patriarcal", según sus propias palabras.



Olímpico y pedante


Jaime Mejía Duque - Nació en Aguadas -Caldas- (y no en Medellín como se cree). Por línea paterna desciende del poeta Epifanio Mejía y desde que tuvo uso de razón sé enfrentó a un padre alcohólico y andariego. Ese conflicto padre-hijo, mitificado en el legendario complejo edípico, también lo ha acompañado en el transcurrir literario. Hay quienes creen encontrar allí el origen de una cierta posición agresiva frente a la tradición literaria colombiana que le ha valido -además- la imagen de "olímpico y pedante". Es en torno al significado de estos dos adjetivos que iniciamos un largo e interesante diálogo. "Son ciertamente imágenes -dice-. Pero dejemos al tiempo y a otros lectores, la tarea de despejar esos paisajes neblinosos. Yo solo sé, como escritor en proceso y como hombre consciente de vivir y pensar en mi época, que digo lo que honestamente considero digno de ser dicho y en la forma que creo en cada momento adecuado a mi perspectiva. ¿Pedante?. Bueno, si ser afirmativo es eso, nada puedo mejorar en esa dirección. ¿Olímpico?. Si se califica de olimpismo cierto sentido del decoro, de la autonomía y del propio derecho a no corear lemas que a uno le parecen sospechosos, tocará seguir pareciendo olímpico. Pero la verdad es que quienes me han tratado directamente y con frecuencia, opinan lo contrario. Y si por ahí se va creando algún "personaje" que quisiera imponérseme, declaro sin ambages desde ahora que voy a luchar para evitar que ese fantasma se me pegue al cuerpo. En este mismo sentido dijo -y escribió- Borges un día: "yo no soy Borges, Borges es el otro".




La epopeya de la vida burguesa


Jaime Mejía Duque tiene cabeza de águila pero su mirada no es igual a la del imponente rapaz, porque sólo ve bien por un ojo, (al otro se le desprendió la retina hace cinco años). Pero éste no es obstáculo para que pueda leer doce horas seguidas, ni para que lo haga a la luz de la luna. Y esa lectura tenaz y persistente -como todo lo suyo- le permite ahora comentar (sin un parpadeo) el planteamiento de que la literatura colombiana no ha encontrado aún las dimensiones, la profundidad y los procedimientos de la gran epopeya: (1) "Sencillamente, la "gran epopeya" es imposible ahora en una sociedad industrial, capitalista y demás. Recordemos a Marx en su célebre prólogo a la Crítica de la Economía Política, cuando habla de los griegos y de nosotros, los modernos. Ese retomo es una utopía. Lo que pasa es que hablamos en términos generales de la novelística como un género "épico". Sin embargo, como dijera el joven Lukács, la Novela es ya la epopeya "de un mundo sin dioses". O sea, la epopeya de la vida burguesa. Situados con más propiedad en el terreno, ahora sí podemos afirmar: esta épica burguesa, que es la narrativa cuyos cuadros referenciales nos vienen de Europa - ¡qué le vamos a hacer...!-, promete innovaciones interesantes en América Latina. Aquí, fijémonos bien, la novela en sentido estricto nace cuando carecemos de auténticas burguesías nacionales, como un reflejo literario de los narradores románticos europeos. Y comienza a afirmarse, del naturalismo para acá, cuando nuestras recién nacidas burguesías son epígonos decadentes de la burguesía tradicional que comanda ese capitalismo colonizador e imperial que nos convierte de entrada en sus satélites y sus meros proveedores de materias primas".

¿Hegeliano yo?, Qué honroso!

Jaime ha mencionado a Marx (antes había dicho "si el marxismo no sirve para mejorar al mundo se bota a la basura") y yo he recordado la afirmación que me hiciera algún amigo: "Jaime Mejía no es Marxista, se quedó en Hegel". ¿Es eso cierto?. Y pensando tal vez que la culpa no la tiene el amigo sino yo por preguntarlo, se me enfrenta burlonamente: "Caramba, qué broma tan  honrosa! Lo   que  pasa es que, cuando no se ha leído a Marx  sin anteojeras, se ignora que Hegel vive en Marx, "invertido" y todo, etc. etc. etc., y en toda nuestra época, como ha de vivir un pensador que prácticamente inauguró una era de pensamiento y de acción que aún está muy lejos de concluir. Me enorgullezco de haber leído la "Fenomenología del Espíritu" pensando en formas novelescas inéditas aún. Eso es todo. O casi todo". Bueno, no es para tanto!, digo yo, y trato de retomar el hilo con mis "capciosas" preguntas (así fueron consideradas por Jaime). Pero... aún continuamos entonces con una literatura que no ha podido superar su dependencia cultural?  Un tanto  apaciguado pero con vehemencia, responde: "No exageremos! Hemos entrado, a todo nivel, en la crisis y en la crítica del neocolonialismo. La gran ruptura la marcó el triunfo cubano. Y esto cambia, por fin, los términos de la relación dominadores-dominados. Ascendemos sin cesar. Ahora sí, ascendemos. Y nos universalizamos, al asumir nuestro destino, o al menos al vislumbrar y defender desde ahora nuestra perspectiva de autonomía nacional y de integración a una universalidad real, solidaria, en plena revuelta. Claro está que no nos encontramos solos. De hoy en adelante, nunca estaremos solos. Así que en estos momentos, no sólo en Colombia, sino también en todo el continente y en otros lugares del antiguo mundo colonizado, van surgiendo una literatura y un arte más propios, más genuinos. No importa que sean todavía poco abundantes en "obras maestras". Lo que cuenta es lo fundamental, o sea el hecho de que nuestros escritores, artistas e intelectuales vislumbren ya estructuras originales en su propio medio y vayan creando la expresión verdadera, reconocible, que corresponde a esas estructuras emergentes de sentido".

Hay que sentir necesidad de ser escritor para serlo

Cuando Jaime se salió -a los 14 años- de la casa paterna, ya le había hecho a su madre la promesa de ser escritor. Ahora sobrepasando los cuarenta, siente que no ha cumplido su palabra, pero sabe con certeza cuáles son las condiciones que requiere un poeta y/o narrador para serlo:

"Ante todo, que lo que escriba tenga un sentido coherente en sí mismo y un nivel de generalidad artístico-literaria (-rigor y necesidad del verso o la prosa, amplia comunicabilidad de la forma, etc.-) suficiente como para que cada lector, colombiano, hispano, y de cualquier otro país o lengua, pueda decirse ante esos textos: esto me compete a mí, esto me habla del mundo, esto me solidariza con el resto. Y ya sabemos que lo que llamamos estilo, por ser una estructura funcionando como sentido autosuficiente, nace de una concepción que ubica al escritor o poeta de una manera creativa y abierta en él universo lingüístico. Sin esa honda necesidad interna es posible, y se ve todos los días por lo que se publica, producir artefactos de palabras, una tras otra: eso no es aún, no lo será jamás, lo que llamamos "obra".

Somos occidentales, y qué?

Pero si Jaime Mejía Duque no ha llegado a cumplir su primera intención frente a la literatura, sí ha logrado calidad de crítico. En este sentido se dicen varias cosas: Que no llega a crítico sino que se queda en comentarios eruditos en torno a las pocas obras de que se ocupa, y -aceptando que hace crítica- que es extranjerizante. Levantando su cresta endiablada resume así su posición: "Ambas opiniones simplifican demasiado. Yo, simplemente, me remito a un lector más atento y, en todo caso, de buena fe, en el sentido común de esta expresión. Que no trampee consigo mismo y con mis textos. Y en cuanto a los "parámetros" impuestos por la civilización europea, es una muletilla de apoyo para algunos latinoamericanistas a ultranza. Somos occidentales desde el principio de nuestro período colonial. Antes hubo otra cosa, y lo sabemos bien. Pero nuestro idioma,nuestras costumbres actuales, nuestras religiones, nuestros esquemas de pensamiento y aun de sensibilidad y perceptivos -en el sentido serio del término-: todo eso es occidental, es decir, mediterráneo o europeo. Nada de eso es chibcha, ni inca, ni maya, ni japonés, ni coreano... Ahora empezamos a darle a todo eso cierta entonación muy latinoamericana, pero esto es distinto. La novela misma, viene de la concepción del género narrativo burgués-europeo. Aportamos lo nuestro: contenidos propios y, finalmente, unos estilos individuales. Pero aquí no se inventó la nóvela. Ni la antropología, ni el marxismo, ni la sociología, y pare de contar. Esos son los marcos y las metodologías de un pensamiento universal. Si tenerlos en cuenta, para pensar a partir de ellos con cabeza propia, es ser "europeo" y "extranjerizante", que me pongan en la lista. Pero exijo que pongan ahí también a Bolívar, y a Fidel, y los mejores escritores y pensadores, revolucionarios o no, que hayamos producido en toda América".

Poca literatura produce poca crítica

Pero extranjerizante o no, Mejía Duque es sin duda uno de los pocos "gallos" de la crítica colombiana y es a él a quien corresponde explicar a qué se debe tan poca competencia: "Básicamente, -responde- a la escasez de una literatura pareja, de nivel óptimo. Es decir, la literatura, también en su expresión crítica -creadora- (-pues se crean "valores" en el ámbito global de una cultura-), está naciendo entre nosotros. No hay que escandalizarse por ello: es la dependencia neocolonial a todos los niveles y en todos los campos, que nos ha impedido largamente ser nosotros mismos. Esto, a escala histórica. Pero cada quien es activo a su manera. Tiene que forjarse contra la pasividad o la inercia del pasado. Tiene que trabajarse, o renunciar a la farsa del escritor que no escribe".

Y profundizando un poco más para tratar de entender la razón última del "ser crítico" nuestro personaje responde cómo asume el crítico una función desalienante o descolonizadora: "No hay sino una manera, la más grande -dice como encontrándose a sí mismo- considerándose parte activa, deliberante, de una totalidad en movimiento a la que podemos llamar liberación material y cultural de nuestros pueblos. Y responsabilizándose de su tarea como pensador y creador de imágenes que ayuden a vivir sobre el supuesto de una nueva y más humana visión de la vida. Para obrar así, escribiendo -que es la forma de acción de quien escribe-, no hay que ser predicador. El llamado crítico literario, es un hombre que, para América Latina, ya no cabe en la categoría heredada del "crítico". Pues nuestra visión de la escritura, para una historia que es otra, implica concepciones distintas de la antigua función docente, judicial y burocrática del pensamiento literario. Aquí entro también en un terreno en donde tendríamos que internarnos para largo".

Bueno, y es que Jaime me advierte que -debido al número de preguntas que le formulo- sólo dirá lo que piensa de cada tema y "en ningún caso todo lo que pienso". (El subrayado es del crítico).

Estudié derecho para no alquilarme a los periódicos


Para cualquier persona la pérdida de su brazo izquierdo y parte de su mano derecha hubiera sido el final. Para Jaime Mejía Duque, no. Ese día fatal, (no había cumplido los quince años) cuando falló el explosivo que preparaba para vender (se sostenía vendiendo pólvora en las navidades) e hizo conciencia de que viviría sin un brazo, decidió que ahí comenzaba su historia. Y durante algún tiempo luchó contra su brazo ausente y se defendió como pudo hasta con armas cortopunzantes- de un mundo hostil que no acepta a mutilados y pobres. Así, estudió derecho "para no alquilarme a los periódicos y para salir, físicamente, de la miseria a la que mi rebeldía infantil me lanzó desde el comienzo en ciudades desconocidas".

La mutilación física le ha traído también complicaciones judiciales. A raíz del ajusticiamiento de José Raquel Mercado por parte del M-19, fue confundido con el "Manco del clavel rojo". Y este equívoco fue posible por cuanto Mejía Duque antes de usar la prótesis que le reemplaza su brazo izquierdo, lucía una flor en la solapa. "No era clavel -recuerda- se trataba de una rosa que llaman Cecilia y la usaba -tal vez- como una cohartada sicológica".

Nuestra literatura nace decadente

Y anunciándole que será la última pregunta -por ahora- regreso a la literatura para decirle: En algún sitio (2) usted comenta "...a la postre no es sino el decadentismo precoz de una literatura que apenas busca sus puntos de referencia..." ¿Cómo puede ser decadente una literatura que apenas comienza? ¿Cómo se justifica la antología de Pachón Padilla?. -Vayamos por partes. Ante todo, sólo viendo desde un punto de vista lógico -formal es decir, no dialéctico) mis palabras sobre el decadentismo precoz, se puede encontrar extraño lo que allí digo. El término "precoz" indica, justamente, que se trata de un fenómeno "anticipado", pues nuestra literatura comienza. Por cierto, este comienzo es largo como tal, o sea: la etapa del despegue ha sido lenta. Pues bien: en la narrativa se vienen produciendo, con aciertos parciales y aún memorables, desde luego, libros que se ubican, por su estética subyacente, en las etapas degradadas del naturalismo, por ejemplo. Es decir, en la decadencia de la escritura naturalista. Pasando pues al otro punto, me explico: en Colombia se ha venido, muy arduamente, elaborando una escritura literaria, en prosa y verso. Claro es que, en poesía propiamente dicha, nos ha ido mucho mejor. Pero en prosa... Intuiciones espléndidas desperdiciadas a montones. Prestigios transitorios, a rodo. ¿Y qué? Pero el Cuento ya está rindiendo un poco más. Así que la Antología de Pachón Padilla se justifica enteramente, aunque no todo lo que él recoge sea digno de antología. Pero, en conjunto, el esfuerzo es fecundo y tiene razón de ser. Es que, repito, el cuento, que no requiere un esfuerzo ni un rigor artístico muy prolongado, sino un golpe de vista rápido sobre las posibilidades de una anécdota o un pequeño corte en la realidad tematizada, se logra todavía mejor entre nosotros. La basura se deja para la novela, en esa concepción espontaneísta, facilista y ultra-subjetiva del género, de que se hace gala en el provincianismo colombiano. Esta egolatría facilista es lo que hay que golpear, aunque se nos malentienda (-durante algún tiempo, al menos-).

El dialogo apenas comienza. Pero como el espacio es corto tuve que dejar muchos temas sin tocar. Por ejemplo no hubo tiempo para preguntarle sobre sus amores y sobre otras tantas cosas que todos queremos saber de él. Supe, sin embargo, que es un hombre permanentemente entusiasmado, tanto que un amigo suyo le dice con frecuencia: "Hombre Jaime, usted vive ebrio, venga tómese un aguardiente doble para que se calme!".

1) Jorge Child, "LAS CHIRIMÍAS DE AMERICA". Gato Encerrado. Mayo-Junio, 1980.
2) Magazin Dominical, Mayo 4, 1980.
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Publicada en "Gato encerrado" No. 3 - julio agosto de 1980
Editado por Serafín Guerrero 24 de febrero de 2013 


domingo, febrero 24, 2013

EL AMO DE LAS SIERPES

CUENTO de Eutiquio Leal

Los animales del día
a los de la noche buscan.
Miguel Hernandez

No se disfraza de Diablo
sino el que ha sido y lo es
Laura


Cuentan que tan pronto supuso estar casi en la corona del poder volvió a acordarse de su vocación: su entretenimiento preferido desde cuando en la escuela un maestro le había despertado su afición zoológica, y muy particularmente por la herpetología. Durante todo el resto de sus años compraba o hacía importar cuanta serpiente venenosa pudiese, o de vez en cuando salía al monte en busca de culebras. Las cogía con horqueta y lazada, se divertía con ellas, las cuidaba amorosamente. Siempre lo sedujeron la armonía de cada zigzag, el ritmo sigiloso de cada ondulación, los escorzos undívagos, la sensualidad desesperante de todo serpenteo. Contemplando la delicadez lasciva de esos largos y finos talles ondulatorios él se sentía entusiasmado, conmovido en la esquiva lujuria de todo reptar.

Parece que al considerarse ya reinante, este Lunes de medio junio mañaneó en sudadera a su serpentario particular situado al fondo del patio trasero de su residencia. Lo encontró irreconocible, como si no fuese de su familia: abandonado, sucio, hediondo.  Allá en su interior, prisioneros, no quedaban sino los ejemplares más resistentes, deformes y feroces, pues los pequeños y menos fuertes habían desaparecido: nunca se supo si por voracidad o descuido o complicidad. Ahora le fue dolorosamente fácil hacer el rápido inventario de memoria: una taya equis tropical, un crótalo calentano que era su predilecto, y una víbora europea. Las tres culebras notoriamente desentresijadas, debiluchas, lánguidas. Hasta el colorido de la decoración propia de cada una, antes luminoso y vivaz, se había tornado difuso, pálido, envejecido. Lo único que no se había modificado durante tan veloz campaña era el timbre del cascabeleo de su crótalo mayor. En todo aquel caos de la política ninguna serpiente había cambiado de piel, tal vez debido al hambre o a la sed, al abandono o a la época. De todos modos eran unos ejemplares que, no obstante su deterioro, aún dejaban presentir visos multicolores, pequeñas escamas sugestivas, arabescos ingeniosos que a él le remitían a las primeras visiones enfermizas de su adolescencia. Hacía memoria de ese juego cegante de luces candelillas, como de carnaval, y maldijo la hora en que su ambición de charreteras lo alejó de sus mimadas culebras. Entonces se propuso ayudar más a sus padres, desvalidos últimamente.

Según alguien, lo primero que hizo entonces fue increpar a sus criados y pensar que les anunciaría pronto la brasa del despido para ese fin de mes. Luego puso agua a sus consentidas y salió furioso y precipitado a traerles ratones, por lo pronto. Esa misma mañana decidió no volver a abandonarlas jamás y se hizo al ánimo de dedicarse, con mayor esmero, a la faena de visitarlas dos veces al día: antes del desayuno y después del almuerzo; personalmente cambiarles el agua y llevarles polluelos además de sapos y ranas que compraba por lotes en el criadero de los laboratorios universitarios. De todo ese acopio de bastimento los mejores bocados siempre fueron para su crótalo mayor, preferido desde el día que se lo trajo un culebrero profesional hacía ya más de doce años.

Antes del trote de la campaña había reunido a sus nuevos criados para enseñarles que la serpiente del Paraíso Terrenal, aunque había engañado a Eva con la manzana, sin embargo no hizo el menor intento de agredirla ni le causó daño alguno. También les enseñó el cuadro de la Inmaculada en que la Virgen está pisando una inmensa culebra y el animalito ni siquiera amaga abrir su boca inofensiva. Por último ostentoso les regaló el espejismo de una enorme serpiente de caucho, inflada a reventar, muy vistosa y apacible. Pero pronto esto fue para un desastre, pues una tarde en que los tres criados estaban tratando de acostumbrarse a ella les estalló sorpresivamente en un estruendo sobrecogedor. Los tres cayeron privados al piso, y el amo hubo de llamar de urgencia a su médico personal para que los volviera en sí. Entonces se arrepintió de haberlos tratado como verdaderos esclavos.

Durante los veintiocho soles y lunas de su fugaz campaña, había ocupado toda su fogosidad en reuniones secretas con los altos jerarcas naturales de la opinión, con los más antiguos generales de las fuerzas ocultas, con los jefes clandestinos del narcotráfico y de los grupos paramilitares. Todos sabían de su viaje a la capital del imperio y de sus compromisos internacionales, pero nadie se atrevió nunca a mencionarlo en las reuniones políticas. Durante aquellos veintiocho días y noches él había dejado a sus consentidas al cuidado de la servidumbre casera, olvidando tal vez que sus criados sentían un pavor perverso y una mala gana ancestral por las serpientes. Embriagado en el relámpago de su vertiginosa campaña, incluso omitió el mal agüero que ellos hacían extensivo hasta la misma alambrada del jaulón. Después, y para que lo observasen a espacio y se fuesen disuadiendo de sus prejuicios contra las consentidas, dio en distenderse boca-abajo cerca del jaulón después de haberlas complacido en todo.

Han dicho que allí se tendía en actitud de reptar y discurrir... que para su posesión se despojaría la indumentaria de civil y, así, de militar, daría forma a la liturgia de sus trances oficiales. Se ajustaría las botas negras estilo napoleónico, encajaría sus piernas y sus protuberantes glúteos en los ceñidos pantalones de paño de billar, galonados de azul turquí. Enfundaría su estrecho tórax y su amplia giba en la guerrera, enjalmada ya de rosetas tricolores y de medallones ficticios, mientras tanto. Finalmente se coronaría a sí mismo con el kepis de visera de charol y se pondría firmes frente al espejo, con todo el rigor clásico de los entrenamientos y las paradas de honor. Precisamente para eso antes había seguido fielmente un curso completo en la Academia Militar donde, con suficiente anticipación, lo adiestraron en los principales pasos y cuadres y saludos del prusianismo más moderno. Así, de momento se tomaría el poder, por lo que pudiese ocurrir con eso del auge del movimiento guerrillero nacional. Se proclamaría a sí mismo, en el más ceremonioso acto que jamás contemplara el código de los protocolos occidentales. En ese momento supremo de su vida democrática y republicana exclamaría en tono solemne de sermón bíblico: "Tomo posesión de la República!", en vez de haber dicho "Tomo el mando del Ejército". Sólo que inmediatamente advertiría su equivocación, pero rápido hizo cuenta que acaso no, y entonces dejó difuminar una tenue sonrisa civil de perfiles pretorianos.

Se rumora que esa semana anterior había dispuesto los detalles íntimos de la ceremonia privada de su posesión y las últimas órdenes para el desfile público que se habría de efectuar, simultáneamente, en la Plaza del Libertador. Los principales caciques del narcotráfico y de los grupos paramilitares deberían guardarle la espalda y el Estado Mayor Conjunto, en pleno, debía rendirle honores dentro de la hermética sala escogida. Al mismo tiempo todos los más connotados caudillos naturales de la opinión y sus dos directorios nacionales, presididos por la encumbrada jerarquía eclesiástica, recibirían, a nombre de él y en público, el desfile de armas y las aclamaciones del resto de la oficialidad, de la sub-oficialidad y de la tropa. La banda de guerra debería ejecutar la marcha triunfal a todo trueno, tan alto que se hiciera oír en Palacio allá por el vientre secreto de la sala de posesión.

Un lejano día de la última creciente de luna, anterior a la campaña de circulación cerrada, había estado haciendo cuentas frente al jaulón de sus consentidas: su crótalo mayor, muy desarrollado, con las dos hileras córneas de 13 cascabeles cada una; la taya más antigua, con tres metros largos y sus rayas cruzadas en letra equis de casi 13 centímetros a lo ancho; las siete corales rabo de ají, menuditas, cortas como las mapanaes y las tatacoas y las verrugosas; los más nuevos ejemplares: tres víboras europeas muy nerviosas y un áspid egipcio alebrestado, recién adquiridos y aún no hechos a la atmósfera carcelaria; un pequeño pitón real africano, que prometía monstruosas proporciones; tres pudridoras interioranas muy negras y dormisiempres. La única parejita de víboras criollas no pasaba entonces de nueve meses de edad, y una de ellas parecía medio cegatona. Aún lucían fuertes y hermosas. Era suficiente motivo para que la orquestación en pajeo delirante de sus lenguas bifurcadas le produjese a él esa excitación inconfesable, que podría ser la causa primera y última de su apasionado entretenimiento herpetológico. Y justo a través de ese entretenimiento lograba hacer alardes públicos de su hombría: esa hombría soberbia de que tanto se enorgullecen los generales, así fuesen como él: civil esfumándose a militar improvisado.

Cuentan que mucho antes, en sus frecuentes tertulias financieras, algunos de sus socios no alcanzaban a explicarse tanta devoción por los ofidios, siendo que a todo el mundo le repugnan y le producen un miedo urticante. A veces les respondía con el relato manido de cierta campaña en el Caquetá. Resulta que una noche de verano el pelotón del ejército gobernante, comandado por su padre, tuvo que acampar en un lucero de la selva, y allí acomodaron los equipos de guerra sobre un árbol caído; dizque al otro día no hallaron ni árbol ni equipos, y sólo siguiendo la ancha serpentina de una huella por el hojarascal pudieron cerciorarse que no se trataba de un árbol caído sino de una boa constrictor de tamaño gigante. En ocasiones les recordaba la costumbre de algunas religiones que adoran a las serpientes porque las consideran sagradas y propiciatorias de la buena suerte, o les insistía en el rito hindú de quienes se ensimisman hasta levitar tocándole pífano a las cobras. Y como si todo esto estuviera muy lejos para la experiencia de sus socios, remataba preguntándoles si acaso no veían a los culebreros de las plazas de mercado, con sus enormes güíros enrollados al cuello y acariciándoles el escalofriante lomo de hielo. Con esto les demostraba que la culebra no es el enemigo del hombre, que muchos creen. Y en prueba de ello ante todos ofrecía alimento en mano a su crótalo mayor.

Dicen que la víspera de su posesión, en plena menguante de junio, no salió de su residencia y todo lo coordinó por teléfono. Ese día, muy temprano mandó llamar al peluquero de Palacio y parsimoniosa mente soportó maniquiur, pediquiur, afeites, depilación, masaje, empolvada, etcétera, y luego lo despidió aún empiyamado y sin bañarse pensando en hacerle un buen aumento de sueldo tan pronto se posesionara. Al día siguiente no se vestiría sus galas de mandarín sino al llegar las dos de la tarde, pues solamente a las tres comenzarían los actos oficiales de su consagración como Primer Magistrado, antes de los agasajos, las condecoraciones efectivas y todo lo demás. Ya llegado el día, vistió la sudadera y se dedicó a contemplarse en el espejo. Así se deleitó consigo mismo, se admiró las pestañas y acarició la barbilla, se amó una y otra vez en todas las posiciones posibles e imposibles hasta caer casi desmayado en su lecho de solitario, como si hubiese decidido no decidir más nada.

Posiblemente ahora sin haber advertido que no se acordó de cumplir su costumbre de atender él mismo a sus consentidas esa mañana, luego de un temprano almuerzo a base de licores fuertes y carnes añejas, según su costumbre reciente se fue a gozar la siesta junto al jaulón. Toda su servidumbre debía verlo ahí de nuevo hasta convencerse que las culebras no son como las pintan. Tendido allí en posición reptante con la mejilla sobre el brazo derecho, poco a poco se quedó fundido pensando en la trascendencia universal de su consagración sobre la República de la democracia en Estado de Sitio. A poco rato mientras lo oían roncar morbosamente, y pensando en congraciarse con él, los tres vinieron en puntillas al serpentario con su labor de cada uno distribuida de antemano. Uno correría el cerrojo, otro abriría la portezuela del jaulón, otro colocaría la artesa del agua en la puerta, otro la empujaría con una escoba, otro lanzaría adentro la bolsa de los polluelos, otro la rompería con un cuchillo enastado en una vara, otro cerraría la portezuela, otro y otro. Pero cuando el crótalo mayor empezó a desperezarse para deslizarse hacia la artesa del agua, los tres saltaron en falso, salieron corriendo despavoridos y volaron a esconderse en la cocina, lívidos, tembleques. El deslizamiento de ese suavísimo reptar nunca fue para ellos, como para él, disfrute y solaz íntimos de indecible autocomplacencia. En cambio calculaban que ya era el momento en que el amo andaría perdido en confusos sueños de victorias fulminantes de contraemboscados, parlamento de faltriquera, militariación de toda la práctica religiosa del país, salud y vida eterna para su padre... pesadillas de auxilio a su madre paralítica, a quien visitaría enseguida de su posesión...

Dizque poco después el criado a quien había correspondido la tarea de correr el cerrojo o la de cerrar la portezuela, no sabían cuál de todos pero uno de ellos hizo memoria de que no se acordaba si lo había hecho. Entonces ése mismo convidó a los otros dos para que lo acompañaran a reparar desde lejos, fuera de peligro. Cuando se resolvieron a ello iniciaron la marcha cuidadosa, pero por ir embebidos espiando hacia el jaulón alguno pisó una cuerda caída, de las de tender ropa, y todos brincaron electrocutados de miedo creyendo que era una culebra. Casi enseguida repuestos del susto siguieron avanzando furtivamente y pudieron escuchar muy nítido el cascabeleo, antes de ver al fiel crótalo mayor enchipado muy junto a los pies de su amo. No alcanzaron a gritar "Virgen santísima” porque en ese mismo instante el amo dejó rodar su pierna derecha sobre la chipa de su consentido.

Parece que ninguno de los criados pensó en acercarse a defenderlo, y los oídos del vecindario no oyeron nada por estar copados con la fiebre de los televisores escuchando y viendo a los panegiristas oficiales y oficiosos que anticipaban la noticia de la posesión del Primer Magistrado. Y cuando los criados tuvieron coraje para volver su vista al serpentario, el resto de las serpientes, la taya equis y la víbora europea ya se habían liberado también del jaulón.
Bogotá, octubre, 1983.

Talleres de literatura (1985)


Por: Jaime Majía Duque - Magazin Dominical - Revista No. 97 de Febrero 3 de 1985

Con el auspicio de la Universidad Autónoma de Colombia, en Bogoá; Eutiquio Leal acaba de publicar un libro destinado a hacer historia -a marcar un hito- entre nosotros en materia de pedagogía literaria: "Talleres de Literatura: teoría-metodología-creación". Aquí la última palabra, creación, se refiere al conjunto de los trabajos originales de veinte talleristas o alumnos de esta unidad, la de la Autónoma.

En sentido estricto, Eutiquio Leal es el iniciador en Colombia de esta modalidad organizativa del trabajo literario introductorio y en grupo, encaminado a formar buenos lectores y analistas de textos artísticos (poesía y prosa), y hasta escritores. De antemano ha de entenderse que la aplicación restrictiva de la fórmula, formar escritores no podrá sacarse de esos límites condicionales originarios, si se quiere mantener el verdadero sentido de esos talleres. Eutiquio precisa pues la cuestión de este modo: "... la disciplina y el trabajo, eso sí es susceptible de formar, de fomentar, de adquirir, de desarrollar... perfectamente se puede aprender a trabajar, alcanzar una disciplina de lectura y de escritura, es decir, de oficio (...). El fin principal y específico de la escritura y la corrección de los trabajos literarios producidos individual o colectivamente por sus integrantes. En este sentido, el Taller es un laboratorio, donde se accede al conocimiento y a la experiencia partiendo del hecho concreto de su producto; allí se aprende haciendo y se perfecciona practicando al tenor de un milenario principio que dice: "quien oye, olvida; quien ve, recuerda, y quien hace, aprende".

Partiendo de una concepción no muy precisa aún -naturalmente, con la ulterior experiencia fue haciéndose más realista-, y en 1962 Eutiquio fundó en Cartagena, apoyado por la universidad local, el primero de tales grupos de trabajo. Se le llamó Juicios del Paraninfo, debido a que todo se inició en forma de "juicio público", en el salón de actos de la universidad: "allí mismo el defensor exponía los valores literarios y humanos de la obra, al tiempo que la defendía de posibles malas lecturas o calumnias interpretativas... la concurrencia intervenía con sus opiniones y terminaba emitiendo también su fallo a la luz o a la sombra de los argumentos esgrimidos por el acusador y por el defensor. Con esta misma modalidad forense ejercíamos de talleristas los sábados en la tarde".

Así lo recuerda el autor en su informe ante el Segundo Congreso de Escritores de Venezuela, reunido en Caracas en mayo de 1981.

Y como el Taller tiene que funcionar con miras a la eficacia del proyecto pedagógico que lo funda, ha venido institucionalizándose bajo la forma -secretamente ambigua- de un servicio de extensión de las facultades de Humanidades. Este libro incluye, en consecuencia, no sólo algunas exposiciones teóricas (de Eutiquio, como director del Taller, del rector de la Autónoma, y hasta del suscrito, invitado a la inauguración del grupo, aquella noche del 4 de noviembre de 1982), sino además sus diversos reglamentos, reunidos en la sección titulada "Documentos organizativos". Ellos son: Principios Generales (lo que es y lo que no es el taller), Objetivos (específicos, teóricos y generales), Particularidades metodológicas (ciertas pautas de trabajo), Derechos de los Talleristas, sus Deberes y sus Prohibiciones, Funciones de las Secciones, y Funciones del director.

Todo lo anterior convierte al libro en la primera guía, suficiente por lo concreta, para la creación de talleres literarios en cualquiera otro lugar.

Luego viene la parte mayor del volumen, bajo el título Creación, integrada por veintinueve narraciones y siete poemas, 36 trabajos en total, escritos por veinte talleristas.

He aquí, al fin, un genuino manual de tallerismo. Y desde un punto de vista subjetivo, o sea hablando en términos personales, con plena justicia Eutiquio puede así decirles a los lectores: este es mi aporte al desarrollo de las "infraestructuras" de la Literatura Colombiana como institución, en el inmediato porvenir. En efecto, son más de veinte años de una labor tenaz, militante, conscientemente experimental; un trabajo descubridor y delimitador de su propio objeto, vale decir: la escritura y la lectura como "momentos" de una sola dialéctica creativa y para cuya puesta en marcha ya será posible al menos orientar al novicio, colocarlo a conciencia y sobre sus propios pies en ¡os umbrales de su personalfsima, indelegable aventura...

Tal es el sentido hoy evidente, casi obvio, de ese trabajo agobiador, quizá heroico en las condiciones socioculturales de nuestro país. Esta consideración, nada idealista a mi juicio, me induce a calificar globalmente la presencia de esta obra de Eutiquio Leal como un acontecimiento histórico, o sea-memorable, en la tradición pedagógica nacional y, tal vez, en el propio devenir de la actividad literaria del país visualizada, claro está, a escala colectiva, o sea hacia el futuro, como proceso de maduración de las condiciones internas y contextúales de nuestra escritura. •
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Publicado en la página 7 de la Revista "Magazin Dominical" No. 97 del 3 de febrero de 1985


Teatro A

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www.casadelteatro.org.co/

Teatro B

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Foto

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Hipólito Rivera, Jorge Eliécer Pardo, EUTIQUIO LEAL, Dario Ortíz Vidales y Carlos Orlando Pardo