PROYECTO "NO COMERCIAL" DE EDGAR MORA CUELLAR, HOMENAJE A UN AMIGO


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Cuento de Eutiquio Leal

(Primer premio en el concurso del festival de Arte de Cali, 1968)

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SITIO CON INTENCION DE DAR A CONOCER LA VIDA Y OBRA DEL PROFESOR EUTIQUIO LEAL


viernes, julio 06, 2012

FUMAROLAS DE ABRIL

CAPITULO I*
Sin pensarlo porque carece de intención, no sabe por qué ni para qué anda. Va entrando al pórtico antiguo, enchapado en cobre y con aldabones de bronce patinado de orín. Altas paredes de piedra revegida, varicosa, maquilladas de verdín arcaico, que se prolongan indefinidamente, y por trechos periódicos dejan salida o entrada de corredores innumerables a ambos lados. Sus pasos resuenan en hueco, si se quiere en falsete, mucho más acompasados que las pisadas de él mismo. Tanto que llegan ensordecedores y desarticulados hasta sus oídos casi sellados y se los perforan dejando un cierto dolor medroso, sorpresivo. Mira de soslayo ante la insistencia de los taconeos, desconocidos aunque presuma que son sus mismos pasos, asaz en sordina irreconocible. Sorprendido y extraño de ojeadas en contorno sintiéndose perdido o perseguido por no se sabe qué sombras o qué voces inefables e inaudibles. De pronto un inesperado pasaje en tinieblas le sale al paso y le deja entrever sus entrañas de claroscuro apacible, solemne, impenetrable. Intenta entrar por él, pero un leve temblor en los músculos de la cara le parece el furtivo anuncio de alguna helada negativa. Continúa ahora escuchando su propio bordoneo de tacones, pero ya los siente en su cerebro, insólitos y sospechosos de inautenticidad. Empieza a ver, allá al fondo, una escasa vislumbre imposible de precisar. Sigue avanzando, más bien moviendo mecánicamente sus pies, invadido de zozobras y sin poder imaginar nada ni a nadie. Se detiene un poco a ver si alcanza a pensar en su vida, sus andanzas, su circunstancia; y no, no consigue entender ni hacer memoria de quién es, qué hace, dónde se encuentra, para dónde se dirige. Es que no llega a hacerse conciencia de sí mismo ni de su familia ni de los demás. Ahora le parece que alguna especie de sombra va delante, muy adelante, sin forma propia y sin dejar oír pasos ningunos sino que va metiendo no se sabe qué género de frío, un yelo que impregna todo el ambiente de pesadilla en que le parece existir. Evidentemente como que algo invisible o inexistente ambula ante él, muy adentro, que no quisiera dejarse identificar, ni siquiera detectar o percibir. Un lejano presentimiento de algo no precisable le invade el corazón y se lo deja pletórico de sinsabores y culpa de aquellas que lo persiguieron en su adolescencia y se le presentaron en sueños de brujas y de espantos. Pero ahora esas diabólicas apariciones soñadas antes se le figuran con sotana y otros hábitos religiosos que esparcen el aroma tintineante de sus camándulas y el aleteo delicado de sus cofias sagradas. La atmósfera del interior entrañada y umbría, no por culpa del sol sino por exceso de ese hollín etéreo o inmaterial, le impide ver algo, así sea a dos brazas de distancia. El acre fragancia de una mezcla de incienso y azufre disimulado por algún toque de tabaco en cocción, posiblemente alcanza a trascender al techo pétreo o metálico, que él adivinaría si buscara explicaciones y entendederas en las alturas. Hasta ahora no se le ha ocurrido siquiera balbucir una de esas oraciones que le enseñó la abuelita Laura, mucho menos repetir en silencio el Padre Nuestro que tanto machacó en sus años de monaguillo y catequista. Sus taconeos inarticulados, e insonoros ahora, según una posible presunción ya no son de él, pues a su perdida sensibilidad aparecen ajenos, de alguien que no está presente pero que sí está a través de las ondas supersónicas que llegarían del archivo del universo o sea la memoria del cosmos. Sinembargo él prosigue dando a veces trancazos, a veces pasos mínimos en la bruma, de todos modos vacilantes y ciegos hacia el frente, ya que no se atreve a dar media vuelta y retoceder. Algo podría quedar atrás, venírsele encima, poseerlo por amor o por venganza, vaya él a saberlo. Ahora le sale al paso un zaguán inmenso, caótico y desolado, que lo asedia cuando intenta evadirlo ya por la izquierda, ya por la derecha. Se ve impelido por quién sabe que fuerza de energía desconocida, y tiene que seguir: a él le parece que va retrocediendo hacia adelante, o algo por el estilo. Ineluctablemente ha de continuar por sitios inextricables, presumiblemente inexpugnable, que solamente pudieran haber existido en sus desvelos nocturnos cuando no quería dormirse para evitar las matemáticas visiones del Diablo encarnado en la persona del Padre Dávila, párroco de su pueblo natal. Siempre que intenta abocar una calle o un corredor o un zaguán, indefectiblemente palpa que algo o alguien lo detiene y le impide seguir por ellos en procura de salida, o aunque sea de una luz. Cada vez que una sombra o un ruido o una voz le ha indicado el peligro, él se ha imaginado un "detente, caminante", aunque sabe que ha perdido la capacidad de intuir y de entender. En ocasiones tiene la impresión de que muros, más que paredes, lo acosan por todas partes y su cuerpo danza aprisionado por una inmensa e intangible tenaza, que podría ser de vida pero también de muerte. Llega el momento en que le parece sentir urgencias de orinar, de plañir, de aullar, maldecir y hasta de llorar exclamaciones atronadoras, pero no se sabe qué instinto primitivo o qué presentimiento se lo atranca siempre que lo intenta. No hay duda: toda entrada tiene que tener una salida, así sea escabrosa o ignorada. Cuál y cuándo, es lo que él ignora y no imagina. Sonámbulo sigue y prosigue atolondrado por algo que continúa sin entender y no le permite cambiar de vientos, pues la brújula de su trayectoria se ha paralizado tal como su misma frente, su mismo destino o su propio periplo de lobreguez y cerrazón alcahuetas. Hasta este momento no ha habido derecho a un solo instante de entero raciocinio ni de voluntad. Una suerte de premonición al revés le abre un claro de aire, un tenue relámpago de plata en su mente. Es ahora cuando hace medio sueño de que estuvo en la batalla, que guerreó intensamente, practicó muchas y dolorosas marchas por entre la selva, pernoctó con sus tribularios bajo la maleza a pleno invierno cerrado, fue herido dos veces con tiros de fusil en combates diferentes, hubo de comer carne de mula y de mico salvaje, compuso canciones a sus guerreros y en esos tiempos soñaba con la liberación de los espíritus, se alimentó sin sal ni dulce durante cinco meses y medio... La casi conciencia de algo en su vida pasada lo martiriza ya que puede ser una mala conciencia, perturbación de su estado actual de inocente primigenio. Se asombra de habitar donde habita, de andar funanbuleando por atajos desconocidos y vírgenes, donde seguro nadie ha puesto sus plantas antes de él, o nadie más vuelva a repetir su viacrucis no religioso ni mistificador. Ahora le cae casi una ráfaga de duda: si no hubiera ido a la guerra, si hubiese encontrado alguna otra alternativa, si le tocaría otra vez, algún día o noche, repetir las peripecias de hombre alzado en armas sin ton ni son, solamente por acompañar a sus actores en la huida hacia la cordillera en una retirada que tal vez no se justificaría en cuanto a las mujeres, los ancianos y los niños. Pero no. Inmediatamente es atacado por la duda, el dolor, la desdicha, el abandono de todo incluso de sí mismo y del destino propio y ajeno, que le da igual. Recula ahora a lentos compases desequilibrados, de nuevo al margen de cualquier horizonte y de toda perspectiva geográfica o durable. El tiempo no cuenta para él ahora, ni el espacio es comprensible cuando solo es un embudo ciego, sin copa ni tubo de salida, ni no. Se tienta desnudo del todo, sin pena ni vergüenza, como purificado de toda veleidad y completa lujuria. Envuelto en tanta opacidad insoportable, acelera, trizca, galopa como si fuera el caballo "Azulejo" que le regalara su padre para hacerse buen jinete desde los cinco años de edad. En semejante tiniebla él no puede imaginarse ahora los secretos y tapujos de la abuelita Laura y la tía Ernestina, cuando le consiguieron la beca para el Seminario, a espaldas de don Pablo Antonio, compraron el ajuar, le midieron ropa y probaron zapato. Un estremecimiento helado y escabroso, un baño eléctrico de esos que ofrecía el cacharrero de su pueblo, le recorre todos sus miembros y sus venas. Neto robot avanza hacia el portalón. Parece que ya no se le escapa, pues sonríe esperanzado y su rostro se le ilumina de un fulgor al rojo vivo bajo la negrura sin límites. No se sabe cuánto tiempo duró aquella iluminación, aquel asombro ni aquella alegría, que desbordaron todas las perspectivas presentes. Lo cierto es que ahora, imperceptiblemente, se le han ocultado las paredes, el piso, los anhelos han desaparecido. Puertas, pórticos, portalones, zaguanes, pasillos, entradas y salidas se han esfumado. Esto no solamente se ha cerrado sino que se borró del todo y para siempre la esperanza y el mundo tenebroso. Sacude su cabeza y reacciona. La soledad de adentro y la de afuera de su materia corporal empiezan a recuperarse. Luego las piedras se van alejando, a los lados y arriba. Vuelven a iniciar su desvanecimiento las sombras subterráneas de su pecho y de los muros. En descenso ha venido perdiendo los ruidos, las voces cerradas y arcanas que él mismo nunca pudo escuchar bien pero está intuyendo dudosamente. Así, en actitud hierática viene desembocando en una glorieta interior, embebida en claridad, en solitaria lumbre, habitada por cuerpos reales y misteriosos inundados de ideales por alcanzar y destinos por cumplir a pleno sol. Sólo que esto no es sino un instante de deslumbramiento, por ahora. El joven se rebela, ensimismado, ante la hosca aparición del general Villate, Villota o Villete: ahora no precisa su nombre. Omnubilado escucha la voz de "firmes". Deniega. No quiere ser militar de esos, pero se ve así, en posición de parada militar inconmovible. La lumbre ha menguado poco a poco hasta desaparecer casi del todo, y él no sabe de nada, tal como antes no lo ha sabido. Todo ha sido tropeles de relámpagos. En esa posición lo encuentra la abuelita Laura, al cabo de muchos días. Pero él está dispuesto a ponerse "a discreción", ya, en el preciso instante de tomar las armas para entrar en una guerra que no le sabe explicar a élla. Se miran cara a cara sin parpadear un rato que a él le parece eternidad. Ahora los muros son visibles, el piso palpable, las alturas de banderas vivas. No precisa cuándo una amplia senda terminada en selva profunda, esplendorosa, rodeada de arboladura modernista, se le viene aproximando o él se le aproxima a élla de frente, el mundo invadido por cegante luz tropical. Al principio la abuelita Laura casi no lo reconoce. Pronto, cuando lo ve "a discreción" y da tres pasos por ella, lo bendice tres veces con su mano izquierda pensando en el hombre nuestro de cada día -como el pan. Entonces élla desaparece hacia su mundo cotidiano. Y el joven poeta existe ahora iluminado, sin saber si avanzar hacia la talvez senda amiga o hundirse de nuevo en el pórtico antiguo enchapado en cobre, helado, con aldabones de bronce patinado de orín.
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Inédito*

FUMAROLAS DE ABRIL

CAPITULO I*
Sin pensarlo porque carece de intención, no sabe por qué ni para qué anda. Va entrando al pórtico antiguo, enchapado en cobre y con aldabones de bronce patinado de orín. Altas paredes de piedra revegida, varicosa, maquilladas de verdín arcaico, que se prolongan indefinidamente, y por trechos periódicos dejan salida o entrada de corredores innumerables a ambos lados. Sus pasos resuenan en hueco, si se quiere en falsete, mucho más acompasados que las pisadas de él mismo. Tanto que llegan ensordecedores y desarticulados hasta sus oídos casi sellados y se los perforan dejando un cierto dolor medroso, sorpresivo. Mira de soslayo ante la insistencia de los taconeos, desconocidos aunque presuma que son sus mismos pasos, asaz en sordina irreconocible. Sorprendido y extraño de ojeadas en contorno sintiéndose perdido o perseguido por no se sabe qué sombras o qué voces inefables e inaudibles. De pronto un inesperado pasaje en tinieblas le sale al paso y le deja entrever sus entrañas de claroscuro apacible, solemne, impenetrable. Intenta entrar por él, pero un leve temblor en los músculos de la cara le parece el furtivo anuncio de alguna helada negativa. Continúa ahora escuchando su propio bordoneo de tacones, pero ya los siente en su cerebro, insólitos y sospechosos de inautenticidad. Empieza a ver, allá al fondo, una escasa vislumbre imposible de precisar. Sigue avanzando, más bien moviendo mecánicamente sus pies, invadido de zozobras y sin poder imaginar nada ni a nadie. Se detiene un poco a ver si alcanza a pensar en su vida, sus andanzas, su circunstancia; y no, no consigue entender ni hacer memoria de quién es, qué hace, dónde se encuentra, para dónde se dirige. Es que no llega a hacerse conciencia de sí mismo ni de su familia ni de los demás. Ahora le parece que alguna especie de sombra va delante, muy adelante, sin forma propia y sin dejar oír pasos ningunos sino que va metiendo no se sabe qué género de frío, un yelo que impregna todo el ambiente de pesadilla en que le parece existir. Evidentemente como que algo invisible o inexistente ambula ante él, muy adentro, que no quisiera dejarse identificar, ni siquiera detectar o percibir. Un lejano presentimiento de algo no precisable le invade el corazón y se lo deja pletórico de sinsabores y culpa de aquellas que lo persiguieron en su adolescencia y se le presentaron en sueños de brujas y de espantos. Pero ahora esas diabólicas apariciones soñadas antes se le figuran con sotana y otros hábitos religiosos que esparcen el aroma tintineante de sus camándulas y el aleteo delicado de sus cofias sagradas. La atmósfera del interior entrañada y umbría, no por culpa del sol sino por exceso de ese hollín etéreo o inmaterial, le impide ver algo, así sea a dos brazas de distancia. El acre fragancia de una mezcla de incienso y azufre disimulado por algún toque de tabaco en cocción, posiblemente alcanza a trascender al techo pétreo o metálico, que él adivinaría si buscara explicaciones y entendederas en las alturas. Hasta ahora no se le ha ocurrido siquiera balbucir una de esas oraciones que le enseñó la abuelita Laura, mucho menos repetir en silencio el Padre Nuestro que tanto machacó en sus años de monaguillo y catequista. Sus taconeos inarticulados, e insonoros ahora, según una posible presunción ya no son de él, pues a su perdida sensibilidad aparecen ajenos, de alguien que no está presente pero que sí está a través de las ondas supersónicas que llegarían del archivo del universo o sea la memoria del cosmos. Sinembargo él prosigue dando a veces trancazos, a veces pasos mínimos en la bruma, de todos modos vacilantes y ciegos hacia el frente, ya que no se atreve a dar media vuelta y retoceder. Algo podría quedar atrás, venírsele encima, poseerlo por amor o por venganza, vaya él a saberlo. Ahora le sale al paso un zaguán inmenso, caótico y desolado, que lo asedia cuando intenta evadirlo ya por la izquierda, ya por la derecha. Se ve impelido por quién sabe que fuerza de energía desconocida, y tiene que seguir: a él le parece que va retrocediendo hacia adelante, o algo por el estilo. Ineluctablemente ha de continuar por sitios inextricables, presumiblemente inexpugnable, que solamente pudieran haber existido en sus desvelos nocturnos cuando no quería dormirse para evitar las matemáticas visiones del Diablo encarnado en la persona del Padre Dávila, párroco de su pueblo natal. Siempre que intenta abocar una calle o un corredor o un zaguán, indefectiblemente palpa que algo o alguien lo detiene y le impide seguir por ellos en procura de salida, o aunque sea de una luz. Cada vez que una sombra o un ruido o una voz le ha indicado el peligro, él se ha imaginado un "detente, caminante", aunque sabe que ha perdido la capacidad de intuir y de entender. En ocasiones tiene la impresión de que muros, más que paredes, lo acosan por todas partes y su cuerpo danza aprisionado por una inmensa e intangible tenaza, que podría ser de vida pero también de muerte. Llega el momento en que le parece sentir urgencias de orinar, de plañir, de aullar, maldecir y hasta de llorar exclamaciones atronadoras, pero no se sabe qué instinto primitivo o qué presentimiento se lo atranca siempre que lo intenta. No hay duda: toda entrada tiene que tener una salida, así sea escabrosa o ignorada. Cuál y cuándo, es lo que él ignora y no imagina. Sonámbulo sigue y prosigue atolondrado por algo que continúa sin entender y no le permite cambiar de vientos, pues la brújula de su trayectoria se ha paralizado tal como su misma frente, su mismo destino o su propio periplo de lobreguez y cerrazón alcahuetas. Hasta este momento no ha habido derecho a un solo instante de entero raciocinio ni de voluntad. Una suerte de premonición al revés le abre un claro de aire, un tenue relámpago de plata en su mente. Es ahora cuando hace medio sueño de que estuvo en la batalla, que guerreó intensamente, practicó muchas y dolorosas marchas por entre la selva, pernoctó con sus tribularios bajo la maleza a pleno invierno cerrado, fue herido dos veces con tiros de fusil en combates diferentes, hubo de comer carne de mula y de mico salvaje, compuso canciones a sus guerreros y en esos tiempos soñaba con la liberación de los espíritus, se alimentó sin sal ni dulce durante cinco meses y medio... La casi conciencia de algo en su vida pasada lo martiriza ya que puede ser una mala conciencia, perturbación de su estado actual de inocente primigenio. Se asombra de habitar donde habita, de andar funanbuleando por atajos desconocidos y vírgenes, donde seguro nadie ha puesto sus plantas antes de él, o nadie más vuelva a repetir su viacrucis no religioso ni mistificador. Ahora le cae casi una ráfaga de duda: si no hubiera ido a la guerra, si hubiese encontrado alguna otra alternativa, si le tocaría otra vez, algún día o noche, repetir las peripecias de hombre alzado en armas sin ton ni son, solamente por acompañar a sus actores en la huida hacia la cordillera en una retirada que tal vez no se justificaría en cuanto a las mujeres, los ancianos y los niños. Pero no. Inmediatamente es atacado por la duda, el dolor, la desdicha, el abandono de todo incluso de sí mismo y del destino propio y ajeno, que le da igual. Recula ahora a lentos compases desequilibrados, de nuevo al margen de cualquier horizonte y de toda perspectiva geográfica o durable. El tiempo no cuenta para él ahora, ni el espacio es comprensible cuando solo es un embudo ciego, sin copa ni tubo de salida, ni no. Se tienta desnudo del todo, sin pena ni vergüenza, como purificado de toda veleidad y completa lujuria. Envuelto en tanta opacidad insoportable, acelera, trizca, galopa como si fuera el caballo "Azulejo" que le regalara su padre para hacerse buen jinete desde los cinco años de edad. En semejante tiniebla él no puede imaginarse ahora los secretos y tapujos de la abuelita Laura y la tía Ernestina, cuando le consiguieron la beca para el Seminario, a espaldas de don Pablo Antonio, compraron el ajuar, le midieron ropa y probaron zapato. Un estremecimiento helado y escabroso, un baño eléctrico de esos que ofrecía el cacharrero de su pueblo, le recorre todos sus miembros y sus venas. Neto robot avanza hacia el portalón. Parece que ya no se le escapa, pues sonríe esperanzado y su rostro se le ilumina de un fulgor al rojo vivo bajo la negrura sin límites. No se sabe cuánto tiempo duró aquella iluminación, aquel asombro ni aquella alegría, que desbordaron todas las perspectivas presentes. Lo cierto es que ahora, imperceptiblemente, se le han ocultado las paredes, el piso, los anhelos han desaparecido. Puertas, pórticos, portalones, zaguanes, pasillos, entradas y salidas se han esfumado. Esto no solamente se ha cerrado sino que se borró del todo y para siempre la esperanza y el mundo tenebroso. Sacude su cabeza y reacciona. La soledad de adentro y la de afuera de su materia corporal empiezan a recuperarse. Luego las piedras se van alejando, a los lados y arriba. Vuelven a iniciar su desvanecimiento las sombras subterráneas de su pecho y de los muros. En descenso ha venido perdiendo los ruidos, las voces cerradas y arcanas que él mismo nunca pudo escuchar bien pero está intuyendo dudosamente. Así, en actitud hierática viene desembocando en una glorieta interior, embebida en claridad, en solitaria lumbre, habitada por cuerpos reales y misteriosos inundados de ideales por alcanzar y destinos por cumplir a pleno sol. Sólo que esto no es sino un instante de deslumbramiento, por ahora. El joven se rebela, ensimismado, ante la hosca aparición del general Villate, Villota o Villete: ahora no precisa su nombre. Omnubilado escucha la voz de "firmes". Deniega. No quiere ser militar de esos, pero se ve así, en posición de parada militar inconmovible. La lumbre ha menguado poco a poco hasta desaparecer casi del todo, y él no sabe de nada, tal como antes no lo ha sabido. Todo ha sido tropeles de relámpagos. En esa posición lo encuentra la abuelita Laura, al cabo de muchos días. Pero él está dispuesto a ponerse "a discreción", ya, en el preciso instante de tomar las armas para entrar en una guerra que no le sabe explicar a élla. Se miran cara a cara sin parpadear un rato que a él le parece eternidad. Ahora los muros son visibles, el piso palpable, las alturas de banderas vivas. No precisa cuándo una amplia senda terminada en selva profunda, esplendorosa, rodeada de arboladura modernista, se le viene aproximando o él se le aproxima a élla de frente, el mundo invadido por cegante luz tropical. Al principio la abuelita Laura casi no lo reconoce. Pronto, cuando lo ve "a discreción" y da tres pasos por ella, lo bendice tres veces con su mano izquierda pensando en el hombre nuestro de cada día -como el pan. Entonces élla desaparece hacia su mundo cotidiano. Y el joven poeta existe ahora iluminado, sin saber si avanzar hacia la talvez senda amiga o hundirse de nuevo en el pórtico antiguo enchapado en cobre, helado, con aldabones de bronce patinado de orín.
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Inédito*

lunes, enero 09, 2012

DE CHAPARRAL A VIETNAM

Un auténtico escritor que refleja desde el punto de vista temático los conflictos del hombre contemporáneo en sus diversas facetas y desde el punto de vista narrativo la utilización de técnicas o modos de contar que marcaron, junto a otros escritores, el camino cierto de entrada a la modernidad de las letras colombianas. Tal es el caso de Eutiquio Leal, quien nació el 12 de diciembre de 1928 en la ciudad de Chaparral.

El escritor que ha sido jornalero, periodista, agente viajero, soldado raso, guerrillero y profesor universitario por más treinta años, es el único en Colombia que construyó una hermosa casa como producto de sus primeros premios en la mayor parte de concursos literarios de la época. Ha participado en numerosos eventos internacionales y está incluído en las más representativas antologías de cuento.

Objeto de estudio en historias literarias y en ensayos, sobresale como director y cofundador de revistas acionales y extranjeras dedicadas a la cultura en general y a la literatura en particular. Publicaciones suyas, fuera de la dirección ejercida por un tiempo en las revistas Letras Nacionales y Gato Encerrado, aparecen regularmente en importantes medios. Eutiquio Leal, viajero infatigable por Europa, Asia, Sur y Centroamérica, obtiene la traducción de algunos de sus textos y se convierte en miembro fundador y directivo de la Unión Nacional de Escritores, UNE, dirige talleres literarios de los cuales fue su iniciador en Colombia y continúa como catedrático universitario, decano y director de postgrados.

Hace una semana recibió la condecoración Bendeck Olivella, distinción de la Universidad Libre a sus mejores docentes y el doctorado Honoris causa en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. El hijo legítimo de la violencia que conoce desde la infancia mitos, espantos y muerte en las montañas de su tierra natal, que identifica desde esos años a Julio Flórez o José Eusebio Caro leídos por su madre, está marcado por los recuerdos de su abuela Laura, recurrente en sus cuentos y novelas.

Estudia el autor sus primeras letras con Soledad Medina, maestra de Darío Echandía y Antonio Rocha y luego se le verá leer de corrido, hacer piropos en verso, fundar en tercero elemental el periódico El Tablero, fungir de monaguillo y catequista, saber de memoria el catecismo del padre Astete y hasta ser presidente de la Cruzada eucarística de Chaparral. Esta circunstancia le ofrece las condiciones de convertirse en sacerdote pero su padre, liberal radical, lo deja preparado con su ajuar y su cupo en el seminario para enviarlo, con ayuda de Darío Echandía, a estudiar en la Escuela Normal Superior en Bogotá. Su temperamento díscolo, su esencia rebelde, le hacen participar en una huelga que le vale expulsión y debe instalarse en Tunja a terminar sin interrupciones sus estudios. De vacaciones en su casa, Tiberio Vidales, fundador de la revista Calarma, publica sus primeras palabras en imprenta.

Graduado, su paisana Carmenza Rocha Castilla a la sazón Secretaria de Educación, lo nombra maestro en la próspera ciudad de El Líbano, pero su espíritu de aventura le deja escuchar a un agente viajero que lo invita a vincularse a las Escuelas Internacionales de Estudios por Correspondencia. Por Caldas, con maletín en mano, comprando a su paso en una feria del libro el manual Cuestiones de Leninismo, se brinda un primer encuentro con el caudillo bolchevique, establece contactos con las comunidades indígenas y pide un carnet en el Partido Socialista Demócrata Colombiano que le llega por correo con martillo cruzado y un machete.

Tras vender el diario popular del partido comunista vestido elegantemente con un sombrero azul oscuro y un reluciente maletín y dormir en un parque de Pereira, ahora sin empleo, termina por recomendación de un amigo, dirigiendo en Tuluá las escuelas a distancia y de empleado en el Banco de la República de Cali cuando el calendario marca el 9 de abril de 1946. A la muerte de Gaitán se vuelve agitador de la C.T.C., hace parte como voluntario de la toma de un cuartel y huye a Chaparral donde escucha por la radio que su tutor, Darío Echandía, ha sido nombrado Ministro de Gobierno.

Su camino a la guerrilla empieza cuando en el partido requieren dos hombres letrados, como lo pide Eliseo Velásquez, uno para el llano y otro para el Tolima. Atrás deja las tertulias en Cali con Enrique Buenaventura, Ramiro Andrade, Lino Gil Jaramillo y adelante queda la montaña donde funda el periódico Frente Rojo y ayuda a organizar los famosos Comandos de Autodefensa, origen de las FARC.

Combates, victorias y derrotas, ven en Eutiquio Leal al hombre que cruza por los caminos con una máquina de escribir portátil y un mimeógrafo. Formado el Estado Mayor Conjunto, el intelectual es hecho Comandante y en el escalofrío de la huída pasan de pronto al sur inexplorable para fundar un pueblo: el Davis, donde las avionetas llegan vomitando volantes y ofreciendo recompensas. El futuro escritor muere supuestamente varias veces con sus diversos nombres y es enterrado alegóricamente por su madre, quien lo llora en repetidas ocasiones. Escribir el himno guerrillero, salir acosado en columnas hacia El Pato, Guayabero, Rio Chiquito y Marquetalia, tener bajo sus órdenes a quienes serían más adelante Tirofijo y otros destacados militantes del frente comunista, es una etapa suya que deja en el recuerdo para iniciar una nueva, ésta sí permanente, de irrevocable disciplina: la literatura.

De Viotá, en 1953, pasa a la capital de la república, participa en el Congreso Nacional Guerrillero, se clandestiniza en una zapatería y llega a Barranquilla sin señas de identidad ni documentos. Gracias a sus habilidades, consigue un puesto como dependiente en la librería Nuevo Mundo donde ve lanzar La casa grande de Alvaro Cepeda Samudio gracias a la gestión de Germán Vargas y contempla de lejos a todos los integrantes de la famosa Cueva.

Luego, enganchado en un laboratorio, ejerciendo como visitador médico, asiste al consultorio de Manuel Zapata Olivella quien le estimula y le hace publicar algunos relatos en los diarios. Después, a partir de un concurso nacional organizado por el I Festival de Arte de Cali, gana el primer sonado premio con su excelente cuento Bomba de tiempo que se convierte en clásico. Polémicas literarias, honores tipográficos en páginas centrales del magazín de El Espectador y títulos que refieren muestras de literatura comprometida, darán a la postre con una modalidad en la nación.

De ahí en adelante Eutiquio Leal funda el Primer Taller Literario del país en Cartagena, instaura los viernes del Paraninfo en la Universidad, gana muchos otros concursos convirtiéndose en invencible de ellos, compra su casa en la capital del Valle, se vincula como profesor de medio tiempo en la Universidad de Santiago de Cali, se labra un nombre importante dentro de la literatura, regresa al Tolima como director de Extensión Cultural de la Universidad, cofunda el grupo Pijao, instala más talleres, dicta conferencias, participa en congresos internacionales, dirige el suplemento literario de El Cronista y viaja a Bogotá donde, la cátedra en la Universidad Pedagógica, en la Piloto, en la Central, en la Libre como Decano y en el Rosario como director de un postgrado en crítica.

Doce libros publicados hasta 1993 conforman el acervo de su laborioso tránsito por la literatura. Mitin de alborada, editado por la guerrilla del sur del Tolima en 1950, Agua de fuego, cuentos, en 1963, Después de la noche, novela ganadora de un concurso en 1964, Cambio de luna, cuentos, aparecido en 1969 editado por Populibro, Vietnam, ruta de libertad, en 1973, Bomba de tiempo, Pijao Editores 1974, Ronda de hadas, poemario para niños en 1978, Talleres literarios, dos volúmenes con teoría y métodos, 1984_1987, Música de sinfines, poemario en 1988 y La hora del alcatraz, su más acabada novela, en 1989, fuera del amplio volumen de cuentos El oído en la tierra, de próxima aparición por Pijao Editores.

El absurdo social, el clamor trágico, el coro de resonancia rebelde y de lucha, la dinámica colectiva que ausculta la vida de un pescador mutilado, su familia, logra una comunicación estética en Después de la noche y La hora del alcatraz, sus novelas que, partiendo del criterio del disciplinado y agudo Raymond Williams en su libro Novela y poder en Colombia: 1844_1987, es la encarnación de la novela contemporánea moderna que arranca con la publicación de libros claves como La hojarasca, 1955, de García Márquez, La casa grande de Cepeda Samudio, Respirando el verano (ambas de 1962) de Héctor Rojas Herazo y Después de la noche, de Eutiquio Leal en 1964.

Buscar una nueva manera de contar una historia, incluir una técnica diferente a la utilizada hasta entonces, acercarse a la maestría de Ernest Hemingway en El viejo y el mar, con una vitalidad y vivacidad de gran clase, según lo califica Uriel Ospina, fuera de un agudo cortometraje sobre la miseria de los pescadores en alguna costa del país colombiano, algo así como doce horas en la vida de seres indigentes, enfocada con la objetividad de un camarógrafo pero también con la dominada sensibilidad de un artista, forman parte de las cualidades precursoras y de aporte a la narrativa de un país.

En su cuentística apunta igualmente la renovación, tales los casos de Mitin de alborada o Agua de fuego, pero en esencia las realizadas en Cambio de luna, Bomba de tiempo y El oído en la tierra. Su experimentación con el lenguaje y con diversas técnicas narrativas contemporáneas donde el monólogo, la combinación de los tiempos, la aprehensión del libre movimiento de la conciencia de sus personajes, el punto de vista del narrador, la multiplicidad de voces al estilo griego, dan la medida de una preocupación formal al entender, con claridad, cómo la literatura es la vida vuelta lenguaje.

Narrar historias violentas como en Es mejor que te vayas, tiernas como las de El rosal amarillo, con fondo de muerte y sexo en No mirarse a los ojos, marcan un camino novedoso frente a una narrativa pacata y tradicional, poco dada a los riesgos y sumida en la retórica simple y el supuesto escribir bien. Ya con Bomba de tiempo y sus otros relatos, converge en la vertiente de la autenticidad, claridad social y política que va a un realismo más inteligente que el anterior a los años 30, como puntualiza Isaías Peñas Gutiérrez.

Así mismo se verifica una especialización del trabajo literario, conocimiento y uso de técnicas, abocamiento a la tradición oral con mayor destreza que antes para alejarse del costumbrismo y el formalismo académico precedentes. Consolidar el conocimiento profesional y tener conciencia de tal, es ya un panorama que va a caracterizar a la generación de escritores posterior a García Márquez donde se ubica a Eutiquio Leal, cronológicamente atrás pero secularmente joven, al decir acertado de Peña.

Inaugurar esta nueva era, atenerse menos al documento y más al signo, a los símbolos y a las imágenes, atreverse a lo experimental, reflejar la violencia política, la mentalidad, la sicología y el clima respirado por los colombianos, romper con lo tradicional y hacer de su vida y de su obra un testimonio vital, rebelde y valeroso, especializar su trabajo como obra de arte comprometida en la lucha popular, convierten a Eutiquio Leal en uno de los protagonistas del Tolima en el siglo XX.

Este hombre alto, de pelo largo, caminar rápido y vigoroso, con una capacidad de trabajo impresionante, con una actitud juvenil y una real autenticidad en todo lo que hace y escribe, lleva el nombre de Eutiquio en memoria de un héroe del Partido Comunista Colombiano, Eutiquio Timoté, y el apellido Leal por tratarse del más importante atributo del hombre, como él lo declara. Su nombre de ayer quedó enterrado en una legendaria montaña de Calarma, del Valle de las Hermosas en el Chaparral de sus querencias y hoy ostenta el de un intelectual alrededor del cual se han escrito varios libros y que aún cabalga rebelde e indomable sobre el lomo de la literatura.

Publicación - eltiempo.com - Sección: Información general - Fecha de publicación: 29 de mayo de 1996
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A LA MUSICA SINFIN DE LAS TRINITARIAS

Homenaje a mi querido Maestro Eutiquio Leal - Por Héctor Cediel
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El carbunclo de la ocarina emocionada
Menguante rosa pordiosera
Fatiga de olvidos y de muerte

Hidalgo andante, abortador de sueños
Viento alígero de olvidos y corazonadas
Hombre puro de boca lironda
Careta de querer alhelí y de metal

Delirante llama cristalina de sones
Misterioso cáliz de vientos ciegos
Socavón de feroces combates
Cementerios de farisaicas lunáticas

Cegadas devoradas por el canto utópico
Angustias ásperas ¡deshojadoras de volcanes!
Esferas inmersas en plenilunios parricidas
Menguantes vergonzantes y placidos visionarios

Rumoranzas de cascabeles sudorosos
Incandescente tiempo sibilino y jornalero
Profaneras congojas promisorias de desvelos
Vientos habidos de arpegios y sentidos polvos

Cinceladas ocarinas de la diapasonada dubitación
Espejo obstinado del exorcismo golosinero
El rio dormita licuado por el transito carnoso
Apaga las luces de las pavesas alboreadas

El tormento placentero de las expresiones amorosas
Interpreta al lenguaje nocturno de la sensibilidad
La poesía de los sentimientos y la semántica de los versos
La poética expresa y la plástica de la prosa creadora

Escribir es soltar el lastre y desfrustrarse
Es interpretar a alas tempestades cósmicas del alma
Es desplomarse con palabras revolucionarias y escribanas

Intentemos trasformar la realidad con nuevos hallazgos
Salir huero el hombre de sus desengaños
¿Existirán orales arco-iris, capaces de salvarnos?
Falta una poesía suprasensible para liberarnos

Sísifo almendra cardo de auroras
Caracola de heridas caprichosas
Geografía simiente de telúricos diamantes
Lógica terapéutica del canto amapolero
Impulsos leoninos de intransferibles destinos

Apaguemos las vocales que niegan la dulzura
Soñemos con el deshielo de la embravecida venganza
La oquedad coqueta de la caracola azul me seduce
Con la patraña migratoria del furor diapasonado

Confieso que he vivido arpegios mágicos y rojos
Cantarinos cual férvidas espumas despeñadas
Pronostico estrellas de las crisálidas incandescentes
Umbríos cascabeles del viento e infieles como el ímpetu

La cabeza del turpial ciclope nos sestea
Como el extraño canto torna nuevo del plenilunio
Rumoranzas que esplenden una ronda de galaxias
Mientras el horizonte desholleja la geología de tu sexo

Se empoza el fuego amatorio
Se desploma tu utópica voluntad
Se revierten farisaicamente los exorcismos

Rosa
Viento
Sospechoso
Cáliz
Locura
Ciega
Relámpago
Siemprevivo
Misterioso
Funerero

Silencio
Amor digitalizado
Aleteante batallar angustioso
Glorioso asaz galopero cósmico
Hipocampo raizal sabanas increpadas ¡despiertas!
Almacigas hazañas increpadas ¡loco éxodo y naufragios!

El enclave herético de las partituras
Muere como la sinrazón del Tántalo
Sorbo el sabor acido de las rocas
La rememora hiel de los carbones encendidos

El fulgor de la nostálgica hoguera
Me permite descifrar enigmáticos crono signos
Tres lustros se requirieron para comprender las cantigas
Como la musicalidad vocal al pronunciar Eutiquio

Amanece diferido el horizonte por el prisma
Sediento sentimiento biológico del fantasmal pecho
Soy un eroscida perseguido por deshojadas margaritas
Banderolas negras pregonan aligeradas corazonadas

El fasto deleite de las canciones arrogantes
Policromos coágulos que engulle tu cáliz
El devenir plomizo de los ateridos devorantes
La picardía oculta y carbonera de tu sonrisa

Pregono un audaz solario con versos enmohecidos
Lunática estela resurgente de pucheros y lagrimas
Cosecho duerme sueños amorosos y veleidosos
Dubitativos encantamientos de huérfanos sentires

Me extravío entre la bruma sobre óptica de la memoria
Me encanto con la belleza de tus pezones y de tu pubis
Penetro con abroquelada obstinación tus tabúes y miedos
Desalo con besos al malogrado destino de tus semillas

Nada le prohíbo a tu inmaculada vergüenza
El desnudo es aleatorio a la libertad recuperada
Redivivo un sinfín delirante de naufragios amorosos
Garabateo la salmuera de tus deshojadas ausencias

Coloreo tus recuerdos fugaces y transitorios
Es la erótica que apostilla tu vientre y tu mundo
El agridulce sempiterno de la gateadora estalagmita
Me permite disfrutar la jugosidad de devoradores besos

La indómita lujuria que perfora a la carne
Absorbe enfebrecida cantaros de estrellas
Goza de la muerte impúdica por el voluptuoso estilete
Del bálsamo teñidos de la corola ¡al redimirla!

Me conmueve la orografía del embriagador placer
Ensueño con el aroma bruñidor de las nostalgias
Son omnímodos los vientos de las incógnitas espinas
Es intrincado el mutismo geológico de tus carcajadas

El coloreo amoroso de las tardías epifanías
Ola pífano sintonía de la acústica de los arpegios
El fuego de los menguantes pezones que he degustado
Las pérfidas golosinas de la placidez mundana

Enséñame el lado edénico y femenino de tu cuerpo
Enreda mi piel con los apegos de la hermosa desventura
Reviérteles las ilusiones a mis pupilas voyeristas
Deseo escribir apetitosas canciones telúricas

Bésame despacio como el susurro de los ósculos
Como la pasión de las cenizas de las noches
Bésame sin asco ni malicia ¡bésame como un mar de ilusiones!

Orquéstame con la sabiduría de tus caderas
Con la tristeza triunfante de los después
Intúyeme deseos para conjugar con tu corola
Entreabre la luz sensual de tus amorosos escombros
Corazona el sentir caminante del Sísifo enamorado
Preludio de las nocturninas confesiones eroseductoras

Héctor "Animal de Vuelo" Cediel
2010-04-08
hcediel2@hotmail.com

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Teatro A

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