Por EUTIQUIO LEAL (Julio 10 de 1983)
A raíz de una carta nuestra, publicada hace dos meses y medio en este Magazín, han levantado cabeza ciertas concepciones en torno a la cultura y se han difundido en las mismas páginas. En vista de ello nos vimos tentados a escribir un libro que lleva el mismo título de esta nota.
Ahora vamos a tratar de resumir algunas de las conceptualizaciones más controvertidas y controvertibles del contenido de dicho libro. Para quienes eventualmente puedan tener interés en el, enunciamos enseguida los títulos que lo integran: Sujeto, objeto y valor culturales; Trabajo manual y trabajo mental; Cultura material y cultura espiritual; Cultura de opresión y cultura de liberación; Esencia y expresión de la cultura; Desarrollo dinámico de la cultura; Cultura popular; Folclor; Tradición oral; Lo precolombino; Identidad cultural; Herencia cultural; Lenguaje y cultura; Ciencia y arte; Cultura y política; Partidismo cultural; Humanismo y humanidades; Organización del trabajo cultural; Dirigentes culturales, etc. Y desde luego, una amplia bibliografía.
Cultura y valores culturales
Entendemos por objeto cultural todo el acervo de prácticas, técnicas, productos, obras, conocimientos, ideas, formas orales y escritas de la lengua, expresiones sonoras, gráficas y audiovisuales, la ciencia y el arte, las costumbres, hábitos, sicología y luchas de cada comunidad y de todas, la historia de los pueblos y sus consecuencias. Es decir, todo objeto o fenómeno que porte o haya recibido la influencia de la sociedad humana. Y entendemos por sujeto cultural todo actuante manual y/o intelectual, así como todos los movimientos y escuelas, las clases sociales, las organizaciones económicas, laborales y sociales, oficiales y no oficiales, las instituciones públicas, paraestatales y particulares, las ideologías, las religiones; los partidos políticos, las revoluciones, etc. En consecuencia entendemos que cultura es un fenómeno social que compromete todo lo que el hombre ha inventado, descubierto, adaptado o transformado para disfrutarlo según sus intereses, sus necesidades, sus esperanzas, sus sueños, sus luchas, e involucra a las fuerzas productivas y a las relaciones de producción, las relaciones sociales. Vale decir, la conjugación del conjunto descrito inmediatamente antes: la unidad dialéctica constituida por los objetos culturales y los sujetos culturales con sus distinciones y sus propias y específicas interrelaciones.
La cultura, pues, es un sistema organizado de formas del comportamiento humano de logros materiales y espirituales (aquí y en lo sucesivo utilizamos este termino liberándolo de toda connotación religiosa), de ingredientes articulados que han sido producidos en un medio social determinado. Estos ingredientes conforman el sistema totalizador o global, el todo social coherente que, al mismo tiempo, presupone la posibilidad de afirmaciones y negaciones. Aquel sistema surge y avanza en un medio histórico cuyos contenidos y formas son transmisibles y dan cuerpo a una herencia cultural sujeta a innovaciones y cambios (1).
La importancia del trabajo cultural, su extraordinaria trascendencia social se debe a que es uno de los terrenos en donde se ventila la lucha ideológica, como expresión más general de la conciencia social, ya que la ideología se manifiesta directa o indirectamente en todas las aéreas de la cultura. Y el desenvolvimiento de la cultura en la esfera de nuestra sociedad se plantea como una necesidad de orden ideológico también, a la vez que como un requerimiento del propio curso de las relaciones sociales de producción, de las relaciones humanas. Por eso en el terreno de la cultura es muy grande la importancia de los factores materiales, pero la influencia de los factores subjetivos y humanos es mucho mayor. Retomamos el aserto según el cual la cultura "...es el universo de lo progresivo y teleológico, que surgió cuando el hombre -advenido persona sobre el simple individuo natural- transformó y modificó conciente, voluntaria y progresivamente a la naturaleza, descubriendo y aprovechando, en la lucha contra sus implacables resistencias, las posibilidades permanentes de superación que ella le brinda en forma de valores. (...) ...la cultura se presenta ante nosotros como descubrimiento y realización permanentes de valores.” (2). Por eso postulamos como valores culturales a todos los objetos y a todos los sujetos de la cultura material y de la cultura espiritual.
En nuestra "civilización" los objetos culturales y gran parte de sus valores también tienen un valor de uso, que es el predominante y definitivo aquí, y en esta sociedad mercantilista han sido investidos de un valor de cambio. Se comprende que un avión tenga su precio, en el cual va incluida la parte de trabajo no pagada a los trabajadores manuales y/o intelectuales que intervienen en su construcción. Mas también presta un servicio como transporte de carga y de pasajeros, y este es su valor de uso. Así como el avión, una sinfonía tiene su valor de cambio representado en el precio que los fabricantes de discos cobran en el mercado, o en el precio de la boleta para entrar al concierto donde se interpreta la sinfonía. Y ella afirma su valor de uso en los sentimientos que estimula a su audiencia; en el placer estético que genera, en la diversión mental y emocional que ocasiona al público que la escucha y la goza. Tanto el avión como la sinfonía son objetos culturales que, a la vez, son valores culturales, así como la comunidad que los disfruta. De igual modo cada una de las personas que elaboran tales objetos y valores, los grupos y las entidades que los crean y sus orientaciones teóricas, son así mismo valores culturales y sujetos de la cultura.
La correspondencia sujeto/objeto=objeto/sujeto culturales, aunque sea aquella primera relación la determinante, constituye y encarna la dinámica de la cultura y su condición absoluta. Por tanto ambos (sujeto y objeto) establecen, forman y representan a los valores culturales en general, y sin ellos no hay cultura posible.
Como puede inferirse, no reducimos la cultura ni su concepto a la enseñanza formal, a la educación ni a la instrucción, sino que las incluimos y nos salimos de ellas. Desplegamos su conceptualización y su práctica para abarcar todos los planos y niveles de la vida social, según su determinado grado de avance, en cada pueblo y en cada historia concretos y precisos (3).
Cultura material y cultura espiritual
El contexto de la cultura en general, de cada nación y del mundo entero, está integrado indisolublemente por unos objetos culturales, unos sujetos y unos valores culturales de orden material y por otros de orden espiritual. Lo cual quiere decir que toda comunidad genera, produce y/o reproduce valores cultura les materiales, tales como artefactos, instrumentos, implementos, herramientas, mercancías, vestidos, modas, deportes, comidas, bebidas, etc.; y al mismo tiempo genera, produce y/o modifica valores culturales espirituales, tales como conocimientos, ideas, ritmos, melodías, canciones, coplas, refranes, adivinanzas, pinturas, estilos, escuelas, leyendas, mitos, relates, poemas, dramas teatrales, etc.
Permanentemente estamos produciendo y reproduciendo métodos, técnicas y formas de trabajar, de descansar, de divertirnos, de enamorarnos, de vivir y de morir, en síntesis. Y todo ello son formas de la cultura, manifestaciones de la cultura material o de la espiritual. Son objetos y sujetos y valores culturales que tienen la misma importancia en el pasado y en el presente de las nacionalidades del planeta. Todos ellos se aportan entre si, se amplían y profundizan unos con otros, se desarrollan de manera conciente o inconciente, sin recesos ni disyuntivas antagónicas o con ellas.
Tal como ocurre con el trabajo, los valores materiales y los espirituales de la cultura no existen aisladamente ni se puede intentar separarlos, pues ellos mismos de por si son inseparables, y el progreso de la cultura espiritual, su desenvolvimiento, se basa en la producción de bienes materiales. Todo el mundo sabe que el progreso de la cultura material se dinamiza con la producción de bienes espirituales. Aunque sea innegable que es el ser el que determina la conciencia, tampoco se puede negar que la conciencia ejerce su correspondiente influencia y acción sobre el mismo ser.
En el transcurso del trabajo, manual o intelectual, el hombre adquiere conciencia de sus relaciones con el medio circundante, con otros hombres que participan en la producción de bienes materiales y de bienes espirituales de cultura. Aquella presupone una posición activa y reflexiva con respecto al medio ambiente, o sea la capacidad de determinar sus relaciones con la realidad y de organizar racionalmente la producción material y la espiritual. Pero la aparición de la conciencia esta íntimamente ligada a la del lenguaje, pues conciencia y lenguaje son contemporáneos y tienen el mismo origen. Además, la formación del lenguaje ejerció una influencia enorme sobre la formación y el progreso de la conciencia, una influencia decisiva, pues el lenguaje articulado constituye una de las fuerzas que ayudaron a los hombres a mejorar su pensamiento social. Las formas de la conciencia social (la política, la filosofía, la ciencia, la religión, el arte. etc.) parten de la vida social del hombre y, a su vez, actúan sobre la misma vida que las ha engendrado, ya que las ideas y teorías nuevas, progresistas, que expresan los intereses de las formas avanzadas de la organización humana, combaten contra lo envejecido, lo reaccionario, y son aliadas del progreso de la sociedad (4).
En virtud de que la ciencia es una forma específicamente humana de asimilar la realidad, como reflejo dialectico que es, aquella subyace siempre en las esencias y en las formas de los valores culturales, tanto de los materiales como de los espirituales.
Un valor cultural es, digámoslo así, cierta imagen de como una sociedad asume su medio, su entorno. Por su contenido y por su expresión encarna en si mismo las nociones concernientes, tal como la realidad se refleja en el cerebro de la comunidad, de sus individuos y del colectivo. Por ejemplo, la conciencia mítica que predominaba entre los griegos antiguos ha quedado impresa y expresada en la mayoría de los valores culturales de su tiempo: en las obras y en las concepciones de los sujetos culturales de la época. Igual ha sucedido y sucede con la conciencia religiosa del medioevo y con la conciencia utilitarista del capitalismo presente, o sea la conciencia burguesa. No importa que a raíz del surgimiento de las clases sociales antagónicas y hasta su desaparición, simultáneamente existan objetos y sujetos y valores culturales minoritarios que no reproducen sino que enjuician la conciencia predominante e impuesta por los usurpadores del poder. Y la conciencia socialista que se yergue y consolida en gran parte del planeta está quedando impresa y expresada en la mayoría de (si no en todos) los valores culturales actuales, en su respectiva esfera: en las obras y en las concepciones de los sujetos culturales del presente y del porvenir.
Cultura de opresión y cultura de liberación
Todas las clases sociales de nuestro país y del mundo producen objetos y valores culturales, los cuales representan en su conjunto el cuerpo entero de la cultura (de nuestro país o del mundo). Pero las clases en el poder, con su fuerza coercitiva, imponen y generalizan sus valores culturales que llaman "nacionales", sus nociones y orientaciones respecto de la cultura total. Convierten en dominante (y opresora) general y única a la cultura "nacional" que tales clases generan, producen y reproducen a través del sistema educativo y de los medios de propaganda masiva, que se han apropiado con carácter de exclusividad. Sin embargo las otras clases, por fuera del poder y en contra de él, explotadas y oprimidas, igualmente están generando, produciendo y reproduciendo o cuestionando sus propios valores culturales, no oficiales y/o antioficiales liberadores). Es esta, justamente, la que nombramos cultura popular. Y la seguiremos llamando así (a pesar nuestro) mientras exista el sistema capitalista y hasta cuando desaparezca el influjo avasallante de la cultura de la dominación o sea la que nombramos cultura burguesa (también a nuestro pesar) y mientras se establece del todo y se generaliza una sociedad verdaderamente libre y justa.
Mientras tanto sucede que el comportamiento conflictivo irreconciliable de las clases sociales, y su lucha a muerte por el poder, determinan al mismo comportamiento conflictivo y a la misma guerra sin cuartel que se libra entre los dos bandos de los valores culturales que cada clase social pare y amamanta. Solo que los valores culturales liberadores no circulan sino por debajo de cuerda, soterradamente, y son desconocidos y combatidos por las clases dominantes y por su Estado, inclusive por la vía violenta o sanguinaria.
Mas cuando las clases sin poder económico ni político comienzan a tener conciencia de su posición en la sociedad y de su destino histórico, entonces empiezan a poner en tela de juicio los valores culturales imperantes y sostenidos por el Estado, que son los valores de las clases en el poder. Y así se acentúa y se agudiza el combate abierto entre los dos bandos de valores culturales, la cultura dominante que llamamos de opresión y la cultura dominada (6) que llamamos de liberación, hasta que se sustituya a lo peor de aquella cuando esta tome el poder. Es la expresión de la lucha ideológica y política; y su resultado final por rescatar, por generalizar e imponer en ultimas es la cultura científica del desarrollo dialéctico.
Debe entenderse que entre los dos bandos culturales en pugna irreconciliable existe y se da siempre una relación de conocimiento y de beneficio, de selección critica, pues los dos se comunican y se penetran reciprocamente, con lo cual se van cualificando y consolidando -cada uno en provecho de su propia clase, de sus propias aspiraciones, pero también de la humanidad, en medida considerable.
En lo que se refiere a la cultura de las clases gobernadas juegan un papel de primera dimensión las multitudes anónimas de aficionados, quienes se ocupan masivamente de generar, producir y reproducir y/o enjuiciar sus valores culturales más o menos propios, más o menos ajenos. Es evidente que solo cuando han culminado su lucha y su proceso liberador, cuando las clases despojadas de todo se toman el poder y lo sustituyen por el de un Estado Popular, solo entonces será cuando se logre en realidad la cultura única, universal, sin exclusiones anticientíficas. Pues la existencia y consolidación de las clases populares en el poder es la garantía cierta para la integración de todos los mejores valores culturales universales, del pasado y del presente, con los mejores valores culturales del pasado y del presente de las clases oprimidas en todos los países y en todas las épocas. Y solamente entonces será posible que hablemos en serio de una sola cultura integral y generalizada para toda la sociedad humana: la cultura internacional de los trabajadores manuales y de los intelectuales, sin amos (7).
Colofón
Es lógico que cada uno de los abreviados principios en cuestión solamente aparezca y signifique en sus nexos con los otros principios. Por tanto, aislados no se hacen suficientemente comprensibles, ni se pueden discutir como es debido. Se hace indispensable considerarlos conjuntamente y en sus interconexiones, como un todo organizado a base de elementos constitutivos que cumplen su función a través de sus interrelaciones, tal como se dan en la práctica concreta de la vida cultural. El orden en que han sido expuestos, no es significativo. Necesariamente han tenido que ser enunciados en un espacio y en un tiempo, que tienen su acá y su allá, lo mismo que su antes y su después.
A lo sumo deseamos, desde el comienzo, que este trabajo sea la raíz de una discusión amplia y completa que lo complemente y lo profundice a cabalidad. Si esto fuere posible, consideraríamos bien cumplida su tarea inicial
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Notas
(1). Sambarino, Mario. Identidad, Tradición. Autenticidad. Centro de Estudtos Latinoamericanos "Rómulo Gallegos". Caracas, 1980. Pag. 30
(2). Portuondo. J. A. Concepto de la Poesía y Otros Ensayos. Editorial Grijalba. Mexico, 1974. Pags. 25-26.
(3). Krupskaya. N. K. La Cultura y la Organización de Bibliotecas para las Masas. Editorial Progreso. Moscú, 1975. Pag. 214.
(4). Artaud, Antonin. Mensajes Revolucionarios. Editorial Momentos. Madrid, 1981. Pag. 94.
(5). Rosental y otros. Diccionario Filosófico Abreviado. Editorial Pueblos Unidos. Montevideo. 1959. Pags. 78-80.
(6). Lenin, V. I. La Cultura y la Revolución Cultural. Editorial Progreso. Moscú, 1966. Pag. 38.
(7). Ibid. Pags. 37-39.
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